jueves, 26 de febrero de 2009

"Un grito de amor desde el centro del mundo"


La crítica ha dicho:

-ay papuchios yo ni se leer ni escreber pero dice mi comadre Mariquita que esta re bueno.
(Doña Lencha Méx.)

-Transmite toda la pureza y ternura del amor, si si quien lo a dicho yo no pero que he escuchado otra voz pero que quien esta hablando es que así no se puede no no... diganle a esa que se calle...
(Doña Maruja Esp.)

Chico conoce a chica. Ese es el argumento más conciso que se puede esperar de esta novela del multipremiado Kyoichi Katayama (1959). Se conocen durante la adolescencia. Él es reflexivo, decidido, irónico. Ella es más atractiva, tímida, temperamental y (procurando que no lo sepa nadie) terriblemente insegura. Sus nombres son Sakutarô y Aki, y son dos chicos cualquiera que experimentan ese fenómeno tan místico, tan ajeno a nuestra racionalidad que es el amor. El amor incondicional, el amor que duele, el amor que todo lo puede. Sakutarô es el encargado de narrarlo todo, y huye como puede de caer en el estancamiento de la subjetividad. Se hace cronista de su propia historia, de su propia amargura, con toda la precisión que tiene a su alcance.
Sakutarô se resiste a pensar que se ha enamorado de Aki, por temor a que ella, pese a sus insinuaciones constantes y a la relación abierta que mantienen, pueda rechazarle. Así que comienzan un noviazgo con pies de barro, casto y lleno de tabúes. Es una presentación de personajes a trazos, brillante por su determinación y que subraya la melancolía como el comportamiento estándar que rige la evolución humana. Las tres primeras frases del libro son apabullantes: “Aquella mañana me desperté llorando. Como siempre. Ni siquiera sabía si estaba triste”. Directas. Sencillas. Sobrecogedoras. Recuerda a Murakami, sí, y no es casualidad que sea Lourdes Porta, la habitual traductora del autor de ‘Norwegian Wood’, la que también haya transmitido al español la elocuencia nipona de este otro genio que es Katayama.
Porque Katayama ha sabido construir dos personajes que, pese a su normalidad, están condenados a ser inolvidables. Se aman, y por tanto se hacen mutuamente dependientes. Llegan a pensar que no se imaginan un mundo sin el otro con toda naturalidad. Se roza lo deprimente del asunto, aunque tarda en alcanzarse, cuando se intuye que Aki está enferma y que la esperanza de volver a vivir una relación de color de rosa es cada vez más abstracta y absurda. Las conversaciones de felicidad plena se convierten en lamentos al pie de la cama del hospital, miedo y mal presagio.

El amor es el amor.
Aquí, y en Japón es lo mismo.
"Un grito de amor desde el centro del mundo" es una novela interesantísima, que explora con mucha habilidad los terrenos de la irrealidad de la pasión amorosa, la pérdida de un ser querido y hasta nuestro lugar en el mundo.

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